EL HOMBRE DE MI SUEÑO
Un esmalte ya gastado. Una noche ya
madrugada. Unos labios rotos. Unas ojeras moradas. Un reloj palpitante. Un
corazón silencioso.
Yacía
sola, sola y vacía en aquella oscura habitación. Oh, qué agobiado pensamiento
es el que descansa acá.
Sólo sé que me pesa el recuerdo de tu triste mirada al momento de tu partida. Aquellos
párpados caídos, queriendo descansar… Mis manos sin querer soltar las tuyas,
por temor a perderme en este mundo tan grande.
Aún me da vueltas en la cabeza el porqué de tu partida. No lo entiendo. Te
necesito, te necesito más de lo que te alcanzas a imaginar…
Mi mirada vagaba sin rumbo por aquel cuarto cuando, sin aviso alguno, en mi
muñeca escuché el sonido de lo que por años, ha sido mi mayor atadura.
Miré aquel estorbo de metal que no dejaba de hacer ruido en mi brazo; me
miraba, me observaba, me vigilaba. Sabía con perfección y precisión cada paso
que yo estuviera a punto de dar. ¡No lo soportaba más! Así que traté de
arrancarlo de mí para lanzarlo lo más lejos de mi vista como mi fuerza y energía
me lo permitieran en ese momento, pero no lo logré. Aquel parásito seguía
pegado a mí, recordándome cuan lenta podría ser mi existencia segundo a
segundo. Se ancló a mí como un ser vivo añorando otra oportunidad, queriendo
sobrevivir. Reloj inútil.
Alcé la mirada y vi el resplandor de una memoria revoloteando por mi
habitación. Mis manos ya cansadas de tanto hablar, decidieron tratar de
cogerlas pero se disipaban tan rápido y tan fugazmente que no me daban la
oportunidad de siquiera admirarlas. Pero seguían ahí, volando, como yo quisiera
hacerlo.
Recostada en la almohada, dejé salir mi alma esperando que obtuviera la
libertad que mi cuerpo no ha alcanzado pero algo me detiene, el recuerdo de su
risa llega por la ventana y se posa a los pies de mi cama… Yo sólo pido que me
devuelvan su sonrisa al verme, que me devuelvan su mirada al hablarme, que me
devuelvan sus insensatos pero enloquecidos y rojizos labios. Yo sólo pido que
me devuelvan a mi amor, mi dulce y desconocido amor, por mi futuro, por el de
él, por el nuestro.
Escuché el timbre. ¿A esta hora alguien llegando a rescatarme de esta pérdida?
Baje escalón por escalón, tomándome toda la eternidad posible para no llegar a
esa puerta que me llamaba y me gritaba que abriera. ¿Qué me importaba quién
fuera? Mis pies se derretían con el frío del mármol hasta que por fin tocaron
la suavidad de un tapete. Mi mano recorrió ese espacio entre mi bolsillo y la
perilla, como si por mi cabeza no pudieran pasar mil y un pensamientos a cada segundo.
Con la puerta abierta, mi mano sosteniéndola aún, mi cabeza girando como un
trompo, unos ojos cafés me penetraban la conciencia, una voz gruesa me
taladraba el recuerdo, unas manos cálidas consentían mis nervios, unos pasos
firmes confirmaban el desastre.
Entraste como si el mundo te perteneciera, habiendo apartado tu existencia de
la mía hacía no mucho.
-¿Qué estás haciendo acá? -pregunté, pero no salía ni un murmullo de tus
labios, ni siquiera el más mínimo sonido.
Mi corazón latía lento pero fuerte, como a la espera de una palabra, de un
movimiento, de una mirada… Pero nada. Sólo estabas allí, frente a mí, con tus
ojos clavados en los míos, inspeccionando cada espacio de mi cabeza, de mis
pensamientos, calculando la profundidad de mis heridas y de mis recuerdos,
memorizando cada pasaje de mi alma, renovando mis angustias, tratando de sacar
hasta el más mínimo detalle de mí. O eso sentí yo, cuando un frío me recorrió
la mejilla, como si el filo de un cuchillo hubiera pasado rozando mi cara… Eso
me despertó.
El sol estaba en su punto medio, el reloj marcaba las 12,
mi cabeza todavía se recuperaba de esa mala noche mientras una gota de sudor
bajaba por mi mejilla. Tenía que calmar mi respiración. Hace mucho no me
despertaba de esa manera, tan agitada y desconcertada… Lo que es aún más raro;
hace mucho no soñaba y menos con el hombre que le quitó la monotonía a mi vida,
desde hoy, pero al que jamás, nunca he visto. Pero no, acababa de tener una
inesperada noche: tenía que alejar mis recuerdos de ella.
Era sábado, así que ¿qué podía esperar de mi producción e interacción social un
día como hoy, tan sencillo y normal? Me levanté de la cama, me miré al espejo,
le sonreí a esa mujer de mirada angustiada y café para entrar a la ducha.
Y sí, eso era lo que necesitaba con urgencia: dejar de escuchar al mundo. Puse
mi música a un volumen considerablemente bueno para mí, escandaloso para mis
vecinos. Dejé caer el agua por mi espalda, con la esperanza de que pasaran
décadas y yo pudiera seguir ahí, pensando, con tranquilidad, paz, armonía,
música; sólo yo.
…
El día pasó como cualquier otro, hasta que el teléfono rompió el hielo del
silencio.
06:49p.m.:
-¿Si? –Ponte el vestido blanco con vino-tinto que te regalé. -¿Lauren? –Sí.
Deja de actuar como si fueras nueva en este mundo. Arréglate. Paso en 20
minutos por ti.
Y colgó.
No pensé en nada más, sólo seguir las instrucciones que
me había dado esa mujer, con la que crecí y moriré, una desconocida que se
volvió en una clase de amiga caótica, se convirtió en mi ángel.
07:15p.m.:
Llegamos a un lugar escondido y agrietado, con un par de hombres vigilando la
entrada.
-Prométeme que te vas a divertir. Prométeme que vas a sonreír y a recibir con
amabilidad todo el licor que te ofrezcan los hombres guapos de este bar y me lo
pasarás a mí -rió- ¿entendido, hermosa? -No pude evitar soltar una carcajada- Entendido.
07:20p.m.:
Estábamos dentro. La música sonaba con fuerza. Hombres y mujeres bailaban en el
centro de la pista. Ambas íbamos cogidas de la mano, así que nos llegaban
miradas de todos lados, suponiendo que éramos pareja. Lauren no soportó las
ganas de abrazarme, acercarse a mi oído y darme un beso en la mejilla… Reí, pero
no de nervios, sino de saber lo que pensaban los demás de nosotras con sólo su
mirada. Nos llegaban ojos pícaros, ojos morbosos, ojos ignorantes, ojos
curiosos…
Finalmente, llegamos a una mesa vacía. Pedimos un par de mojitos
y pasó la noche.
11:00p.m.:
El alcohol ya surtía efecto en mí. Me
levanté de la mesa, miré a la mujer que estaba a mi lado, le dije que ya volvía
y solté su mano.
Caminaba despacio, tratando de no caer entre la multitud mientras buscaba con
desesperación el baño; tanto líquido en mi cuerpo no era fácil de retener.
11:05p.m.:
Así que otra vez me encontraba frente al espejo, observando como el maquillaje
se desvanecía de mi rostro.
Metí mis manos bajo el lavabo, mojé mi cara y quité el exceso de polvos y
labial, me solté el cabello e hice un intento, fallido, de peinarlo. Quedé
presentable, o eso pensé. Salí de ese sucio y agrietado lugar.
11:15p.m.:
Allí estaba, el hombre con el que soñé esta mañana.
Idéntico en cada rasgo, parado a unos cuantos metros de mí. ¿Qué hacía ahí?
¿Cómo era posible que existiera? No podía apartar mi mirada de la suya. –Mucho
gusto, Eduardo. – Mariana. Encantada de conocerte.
Y desde aquel instante, nuestras vidas no volvieron a ser las mismas.
-Concursó para el 7 Concurso Nacional de Cuento-
-Gracias por leerme-
Comentarios
Publicar un comentario